lunes, 9 de junio de 2014

Cazadores de luz (quinta parte y última)


Por toda la tierra se extiende el entusiasmo que las aguas, el viento, el fuego y los cazadores van contagiando por doquier. La bisabuela y el padre sol recorren esta fiesta en donde media humanidad está ocupada en cazar aquello que ayude a enmendar los descuidos anteriores, dialogan con otros pueblos, discuten, ensayan, se inspiran. Como referencia casi todos han tomado a los venados y las flores. Se elevan cantos que describen a estos seres maestros.

Hay mucho movimiento, y mucho ruido. Hasta que se cansan de acusar a los vecinos y comienzan a guardar silencio, tomando la actitud de verdaderos cazadores, muy concentrados.

En el cielo, todo el día se han dibujado rostros y figuras, con hilos de colores. En la tierra también. Mapas. En esos dibujos se van moviendo hasta que aparece eso que quieren cazar y cae en la red o es inmovilizado con flechas.

La bisabuela y el padre sol están contentos y así también sabiendo que tienen responsabilidades que no pueden ser negadas. Como todos los ancestros, ríen y lloran. Las lágrimas del sol forman cristales muy bonitos y algunos cazadores se distraen y quieren guardarlos y acumularlos. El sol ríe con más ganas ante la facilidad con que los humanos olvidamos los encargos.

Entonces le sugiere a la bisabuela que hagan una travesura. Eso es lo que más le gusta a la bisabuela.

Toman cada uno una punta del hilo y van jalando y poco a poco se van destejiendo los venados, incluyendo al venado mestizo y al cazador, y así los cerros, y sus cavernas, los valles con todo y flores, los caseríos, las barrancas, las cascadas y los pozos, las aves y todo lo que es sagrado, como la vida misma.

Como si llegara una ola a cubrir de una oscuridad nunca antes vista el mundo conocido, los héroes de guerra y los artistas van perdiendo el rostro.

Ninguna leyenda sobrevive, pero cuando ha pasado la sorpresa inicial, se instala una sensación de medicina. Las plumas del abuelo fuego se desbaratan de una manera hermosísima.

Lo último que se escucha es la risa que les da al sol y a la bisabuela, ese acto en el que se desbordan. Y así se va de sus manos lo que tenían seguro y creían suyo. Y así nos quedamos todos sin referencia. Y así somos todos más felices, el venado asoma en quien menos se esperaba, así como se oculta en quien menos lo creíamos.


Un saludo a los cinco rumbos contentos, a los 5 colores de maíz por una cacería de luz, que esperamos no sea la última.

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